Los niños nacen motivados para aprender

Una vez imaginé una escuela donde la maestra del jardín de infantes sería lo suficientemente sensible e inteligente como para permitir a un niño correr detrás de una colorida mariposa que se había extraviado en el aula. Esa maestra podría utilizar la mariposa como una bonita excusa para explicar formas y colores, proporciones, aerodinámica, gravedad y simetría (entre otros principios básicos de matemáticas y física) de una forma natural y comprensible. Y podría pedir a los niños hacer un dibujo del insecto para que aprendieran a expresar y representar el mundo en el que viven.

He discrepado obstinadamente de la idea de que los niños necesitan motivación externa (ser recompensados, castigados o forzados) para estudiar y aprender. En cambio, creo que deberíamos poner atención a lo que inquieta su curiosidad, a su impulso de explorar el mundo y orientar nuestros esfuerzos educativos en la dirección de los intereses de los niños. Esto –en lugar de estrategias que provoquen ansiedad– facilitaría su aprendizaje.

El difunto autor y educador estadounidense John Holt dijo: “… la ansiedad que sienten los niños al ser evaluados constantemente, su miedo al fracaso, al castigo y a la desgracia, reduce gravemente su capacidad tanto de percibir como de recordar, y los aleja del material que se está estudiando, llevandolos a optar por estrategias para engañar a los profesores y hacerles creer que saben lo que en realidad no saben”.

Observemos a los niños mientras, por ejemplo, usan videojuegos. O mirémoslos aprender por su cuenta todo lo que quieren sobre cantantes o ídolos deportivos favoritos. Los niños desarrollan por sí solos conocimientos y habilidades que consideran necesarios para socializar, sin “motivación” de ningún adulto. Lamentablemente, el mercado manipula esa necesidad del niño de socializar, encajar en un grupo y desarrollar las habilidades necesarias para satisfacer sus necesidades psicológicas de admiración y respeto.

Sin embargo, las entidades educativas deberían reconocer que todos nacemos con una necesidad natural de aprender y que aprendemos más sobre las cosas que nos son relevantes, porque es una cuestión de supervivencia.

Aún más hoy en día.

Aprendemos por necesidad

Los bebés aprenden a sentarse, rodar, levantarse, hablar y caminar sin que nadie los empuje a hacerlo. Los procesos, características y comportamientos que se desarrollan durante la niñez pueden explicarse por una combinación de fuerzas biológicas (naturaleza) y condiciones ambientales (crianza).

El código genético que heredamos determina nuestro fenotipo (apariencia física), mientras que la pertenencia a una familia, a una cultura, a una sociedad y la actividad física o la nutrición influyen en nuestro desarrollo y la expresión de nuestros genes.

Aprendemos más fácilmente aquello para lo que tenemos aptitud. La naturaleza nos dota de ciertos talentos y habilidades que facilitan aprendizajes específicos, y los sistemas educativos deberían ofrecer a todos la oportunidad de desarrollar esos dones. Nuestro desempeño y creatividad mejorarían enormemente si nos sentimos cómodos y seguros en nuestro desempeño.

El mundo se está volviendo intensivo 

El fallecido gurú de la gestión Peter Drucker, dijo: “De ahora en adelante, la clave es el conocimiento. Más que concentrado en el desarrollo de habilidades manuales, materiales y energía, el mundo se está concentrando en la adquisición de conocimiento.”

Pero eso lo sabemos instintivamente. Instamos al hijo a obtener un diploma de escuela secundaria y luego a asistir a la universidad porque confiamos en que encontrará mejores oportunidades laborales si tiene una educación.

También sabemos que cuando buscamos trabajo, lo que cualquier empleador valorará más es tu experiencia y formación, tus conocimientos.

Pero las pruebas que obligan a los estudiantes a devorar y memorizar contenidos porque la admisión a la universidad depende de los puntajes del SAT y el promedio de calificaciones (GPA) o similares tests, no ayudan.

¿Son los educadores suficientemente conscientes del nivel de ansiedad que crean estas pruebas? ¿De la posible relación entre exámenes, miedo al fracaso y aversión a la escuela?

Un niño es por naturaleza un explorador

Los bebés primero exploran el mundo poniendo cosas al alcance en la boca. Luego se alejan gateando y continúan explorando, agarrando objetos del suelo: los prueban, los golpean, los arrojan, tratando de entender qué son, cómo funcionan, para qué sirven.

Los bebés aprenden a sentarse y levantarse mediante un proceso repetitivo de prueba y error. Intentar diferentes comportamientos que, con suerte, les permitirán obtener lo que quieren es lo que marca sus interacciones con las personas.

Me parece que somos culpables de estropear la tendencia natural del niño a explorar su entorno y aprender de él.

Los afanamos

Con pocas excepciones, los por qués que el niño de tres años se hace pasan de ser encantadores a ser un fastidio (porque estamos ocupados hablando de “asuntos más importantes”) y pronto nos cansamos de responder el interminable flujo de preguntas. Los afanamos.

Luego vamos y usamos los dibujos animados en una pantalla como niñera y sin caer en cuenta como los contenidos digitales comienzan a modular su comportamiento (porque estamos ocupados haciendo “cosas más importantes”). Y cuando van a la escuela, básicamente los atamos a la silla y les exigimos atención concentrada.

Sus intereses particulares se vuelven, según el maestro, una distracción en la clase. Nos olvidamos de que “todos los caminos conducen a Roma”.

La curiosidad genera nuevas oportunidades de aprendizaje

Pero lamentablemente nuestros profesores suelen estar más preocupados por cumplir con el currículo y las metodologías de la escuela que en su mayoría se basan en teorías escolásticas milenarias. No es su culpa; para ellos también es una cuestión de supervivencia. En mi experiencia, los profesores innovadores que siguen su instinto acaban chocando con el sistema y perdiendo sus puestos de trabajo.

Nunca la capacidad de aprender había sido tan importante para que las personas sobrevivieran en nuestra economía cada vez más compleja, basada en el cerebro y tecnológica. No creo que nuestra sociedad pueda estar a la altura del desafío sin una reforma seria de la educación.