Además de la familia, la escuela es por supuesto uno de los sitios cruciales donde diversos factores sociales influyen sobre la maduración emocional del niño. Es también decisiva en el desarrollo de procesos cognitivos (atención, memoria, percepción y observación). Pero el impacto sobre el desarrollo emocional y social del niño es decisivo, tiene más peso en el futuro del niño, e incluso del planeta, que el aprendizaje de las matemáticas o la biología. Por eso considero esencial que las escuelas puedan crear entornos libres de ansiedad mientras también contribuyen a nutrir y satisfacer las necesidades emocionales del niño, fomentando su curiosidad, permitiendo la exploración del mundo y estimulando el dominio de sus habilidades y talentos.
El líder espiritual Osho dijo que las escuelas deberían enfocarse en enseñar el arte de vivir, el arte de morir y la meditación (además de algo de inglés, ciencias y matemáticas). También dijo:
“Una verdadera educación no te enseñará cómo competir. Te enseñará a cooperar. No te enseñará a luchar y llegar primero. Te enseñará a ser creativo, a amar, a ser feliz, sin comparar al niño con los otros. No te enseñará que puedes ser feliz solo cuando eres el primero”.
¿Estimulan las escuelas la empatía o enseñan a los niños a amar a los demás y a respetar el planeta? ¿A ser compasivo?
Los beneficios de aprender a amar se extienden más allá de uno mismo, y comienzan con el autoconocimiento y la autocompasión.
En el Arte de amar, el psicoanalista Erik Fromm habla sobre cómo, en el proceso de aprender a amar, como con cualquier otro arte, existen ciertos requisitos (disciplina, concentración, paciencia y dedicación) sin los cuales no se puede dominar el arte. ¿Qué entornos facilitan esa práctica?
¿Podríamos proporcionar a los niños un espacio seguro en la escuela donde ellos puedan examinar sus problemas relacionales y aprender a expresar sus sentimientos abiertamente? “Espacio seguro” es un término terapéutico que se refiere a un lugar y un momento en el que una persona puede sentirse cómoda y a salvo. Donde una persona puede expresarse libremente sin temor a ser juzgada, y obtener información, con la certeza de saberse escuchada y aceptada. Además, donde lo que se dice es confidencial.
Una vez creado un espacio seguro, es más fácil expresar y regular emociones. En sesiones de grupo, los estudiantes pueden poner sobre la mesa sus quejas o discutir los conflictos que existen entre ellos o entre ellos y sus maestros, y un buen facilitador les mostrará formas no confrontaciones de resolver conflictos.
La compasión se puede enseñar, y el amor se puede aprender. Y podemos ofrecer modelos de relaciones solidarias y enseñar principios de cooperación.
Es natural que los niños respondan con amor
Es importante invitar a los niños a observar las diferentes maneras en que otros experimentan el mundo para que su pensamiento deje de ser binario y sea más holístico. Ayudándoles a reflexionar sobre el impacto que sus acciones tienen en los demás, en el planeta y en sus cuerpos, les ayudamos a desarrollar consciencia de si mismos y de su conexión con el entorno.
Cuando un niño está pasando por un tiempo de confusión emocional, una de las reacciones más comunes de sus compañeros es alejarse (huir) porque no saben cómo manejar el estrés que provoca la situación. Estimular la empatía en los niños es uno de los objetivos clave de la disciplina inductiva (también llamada disciplina positiva). En este tipo de disciplina, las transgresiones sociales no son abordadas con castigo. Se le deja al niño experimentar las consecuencias naturales.
La mayoría de los educadores modernos son conscientes de que cuando se aplica un sistema de castigo y recompensa, si acaso se logra inhibir un comportamiento por medio del miedo pero cuando se castigan las transgresiones sociales, se generan reacciones que van desde el resentimiento a el aumento de comportamientos desafiantes.
En cambio, se puede inducir a un niño a sentir pena por la incomodidad que pudo haber causado en otro y ayudarlo a reflexionar sobre el efecto de sus acciones. Luego se puede sugerir una acción reparadora (abrazar, pedir perdón, invitar al otro a jugar) para que la vergüenza y la culpa se atenúen. El niño recordará estos comportamientos que eventualmente contribuirían a reforzar los circuitos neuronales en el cerebro que, la neurobiología nos cuenta, están alambrados para la empatía. La empatía contribuirá sin duda entonces a limitar la agresión y estimulará el comportamiento prosocial.